En los diez años que lleva como juez en la provincia de Valencia, Joaquim Bosch ha visto de todo. Pero lo que se está encontrando en los últimos tiempos le ha impresionado. Por la frecuencia. Por el sufrimiento que a veces se esconde detrás de una puerta que no se abre. “Hace una década lo veías de manera muy esporádica: personas que morían solas, en avanzado estado de descomposición”, explica Bosch. “Ahora nos encontramos con más casos. Igual son cuatro o cinco cada mes. No me atrevo a cuantificarlo, pero ya no es un hecho puntual”. Alarmado por una situación que se repite en su juzgado de Moncada, el magistrado llamó a otros compañeros, a forenses y a funerarias. La respuesta, siempre la misma: todos le confirmaron que cada vez lo veían más.
Ni hay estudios, ni hay datos. “Pero hay un problema”, alerta Bosch, “invisibilizado como la propia vejez”. Y el juez explica que la mecánica del trabajo diario dificulta poder llevar un registro de los ancianos que mueren en soledad. Para levantar el cadáver es necesaria la intervención de un juez y de un forense, pero si no hay delito el caso pasa a engrosar el cajón de los procesos a los que se da carpetazo.
