Carlitos vive en un altillo que huele a pis y a gotera: una habitación con las paredes de cartón y el techo de contrachapado en un edificio semiderruido en los cerros de Valparaíso. Tiene una foto del Che, una copia de La última cena de Da Vinci y la portada de un disco de Led Zeppelin; una sola bombilla, tres cepillos de dientes, un hornillo de gas sin gas y un diploma de un cursillo municipal de emprendimiento. Argentino de nacimiento, ha vivido toda la vida en Chile, y no tiene una pensión que le permita alquilar nada más que esa habitación en una casa en ruinas donde viven otras personas en circunstancias parecidas. Se dedica a la artesanía de la madera para ganarse unos pesos y salir adelante, a pesar de que ya pasó hace tiempo su edad de jubilación. No es un caso aislado. Con el sistema de pensiones chileno, muchos ancianos viven por debajo del umbral de pobreza.
Valparaíso es una urbe de colores. Las fachadas verdes, azules, rosas y amarillas se aúpan unas encima de otras sobre los faldones de los 42 cerros que abrigan el puerto. Es una de las ciudades más turísticas de Chile, y vive de su imagen: una melancólica, como de promesa que no llegó a cumplirse del todo. Es, además, la zona más envejecida del país: casi un 18% de los habitantes de la región tiene más de 60 años, según el último estudio de la Asociación de Municipalidades de Chile (Amuch). El sistema de pensiones chileno es uno de los más neoliberales del mundo, completamente privado, y algunos lo presentan como una solución al problema demográfico español. En el sistema de Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP), cada trabajador se afilia a una AFP y le paga mensualmente al menos un 10% de su sueldo para que lo invierta ofreciendo rentabilidades distintas según el riesgo que el trabajador esté dispuesto a asumir. Cada cotizante puede guardar más dinero en su fondo cada mes para asegurarse una jubilación mejor. Cuando se terminan sus ahorros, se termina su paga.
El sistema, muy criticado, lo inventó en los ochenta José Piñera, ministro del presidente Pinochet. Así se asegura que quien haya trabajado tendrá pensión, pero presenta lagunas importantes, como la gente que trabaja sin cotizar. Salen muy perjudicadas, por ejemplo, las mujeres que han dedicado años de su vida al trabajo en el hogar. En Chile, dos de cada 10 ancianos nunca han cotizado, y de los que lo hicieron, casi una cuarta parte no recibe ya ninguna asignación monetaria.
