«Aquí había un teatro, un sitio donde juntarse a soñar», ha sido la declaración de intenciones con la que ha comenzado la XXVI edición de los premios Max, que se han celebrado en el Gran Teatro Falla de Cádiz, una manera de hacer referencia a su historia -el teatro se quemó-, en una gala que desde el primer momento ha destilado espíritu festivo.
«Aquí había un teatro, un sitio donde juntarse a soñar», ha sido la declaración de intenciones con la que ha comenzado la XXVI edición de los premios Max, que se han celebrado en el Gran Teatro Falla de Cádiz, una manera de hacer referencia a su historia -el teatro se quemó-, en una gala que desde el primer momento ha destilado espíritu festivo.Danza, flamenco, titiriteros, marionetas y el son cubano de Lucrecia, que ha levantado al patio de butacas con un grito apasionado «viva la cultura, viva Cádiz», han armado la gala de los Max donde no han faltado las palmas y algo de bulla -sin llegar a la propia de un carnaval- más en la sala que en el escenario, en una ceremonia ágil, en la que se ha echado en falta una representación institucional de mayor calado. Precisamente, la noche comenzó con una petición clara hacia las instituciones para que apoyen el talento teatral emergente. Así lo hizo Alessio Meloni, galardonado con el mejor diseño de espacio escénico, quien ha reclamado en su discurso «ayudas del Estado para formar a artistas emergentes y darles un lugar concreto en esta sociedad que se nutre de cultura».En la misma línea, el director Javier Ballesteros, al recoger el premio a mejor espectáculo revelación por «Cucaracha con paisaje de fondo» de la compañía Mujer en obras, ha querido dar las gracias a las salas alternativas «que abren las puertas a las compañías jóvenes».Antonio Onetti presidente de la Sociedad General de Autores y Editores y Juan José Solana, presidente de la Fundación SGAE, formaron un dúo muy particular con un discurso performático agradecieron que «por fin, haya un estatuto que ampara a nuestros artistas».Onetti ha reclamado una mayor difusión de las artes escénicas y en especial para la danza, «hay que darle valor al patrimonio coreográfico», ha dicho, y ha reivindicado la diversidad lingüística en todos los puntos del territorio. Para finalizar señalando que «el teatro no es solo arte es un espacio de paz de la que pueblos como Siria, Ucrania o Palestina no pueden disfrutar» ha querido recordarlos brindar por «la paz mundial».En los primeros compases de la ceremonia, el actor Víctor Clavijo advirtió, en tono jocoso, que el tiempo para los agradecimientos se limitaría a un minuto, «momento en el que una racha de levante (viento habitual en Cádiz) hará volar las palabras del premiado».El primer afectado, pero no el único, ha sido un emocionado Pier Paolo Álvaro, que recogió el Max a mejor diseño de vestuario que se excedió en los agradecimientos.Uno de los momentos más emotivos ha sido cuando Sergio Claramunt ha regido el Max de carácter social para la organización Payaospital.Claramunt ha hecho extensible el galardón a todos los payasos y payasas de hospital, «verdaderos artistas que colaboran con las autoridades sanitarias» en el bienestar de los niños y adolescentes -a los que ha dedicado el premio- «que nos dan una lección con su sonrisa», cuando no pasan su mejor momento.Como no podía ser de otra manera, con la llegada de Paco Mir, Carles Sans y Joan Gràcia, Tricicle, el auditorio no ha podido reprimir la carcajada.»En un mundo lleno de malas noticias guerras y dramas me siento feliz de haber dedicado mi vida a hacer reír a la gente. Estoy orgulloso de sentirme parte de una compañía que ha viajado con un humor gestual», ha dicho Carles Sans, quien ha reclamado un Ministerio del Humor para «garantizar una risa diaria».Paco Mir ha resaltado y agradecido este premio de honor al humor «el hermano pobre del arte».La gala ha cerrado con el premio a la mejor autoría teatral y con la sensación del deber cumplido de honrar a las artes escénicas y a quien forma parte de ellas.
