El cordobesismo más fiel respondió en Ponferrada a su enésima cita con su destino
Les vi con sus bufandas en Ponferrada. Sudando. Ya les había visto en otras partes de España. En Murcia, en Barcelona, en Madrid, en Villanueva, en Mérida… También sudaban y también llevaban sus bufandas. A algunos no les vi, porque no podían estar. Pero se morían de ganas de haber estado mientras lo veían desde su casa.Les he preguntado y me han preguntado antes y después de partidos de primera, segunda, tercera y cuarta categoría. Les he visto tristes y preocupados -muchas veces- y contentos y hasta eufóricos -en pocas ocasiones-. Les he visto reír y llorar. Les he visto sobrios y, a algunos, ebrios.Conozco sus nombres de pila. Antonio, Javi, Fernando, Ramón, Arturo, Rafa, Pedro, Paco, María, Isabel… En algunos casos, hasta sé lo que les cuesta ser como son y hacer lo que hacen. No todos están sobrados de dinero. No todos pueden permitirse acompañar a su equipo aunque sea en los días señalados.Sus caras y sus cuerpos han envejecido -algunos mejor y otros peor- conforme el tiempo les ha pasado factura. A todos les ha agostado el Córdoba y en sus cabelleras algunas de sus canas llevan la marca registrada de un disgusto. Valladolid, Almansa, Girona… Hay muchos donde elegir.De tanto en cuanto, seguro, se miran en el espejo del escudo del Córdoba. Y comprueban que, mientras siga teniendo sus leones, sus torres, su balón y sus rayas en su sitio todo irá bien. Que, como un Dorian Gray al revés, sus rostros seguirán acumulando surcos mientras el emblema de su club se mantenga incólume. Es el sentido que le dan a su vida. No a toda su vida, claro. Pero sí a una parte muy importante de ella.El otro día, mientras contaba el partido del Córdoba en El Toralín, se me ocurrió comparar la militancia en un equipo de fútbol con una especie de consagración. En nuestra ciudad, además, tiene un tanto de apostolado.Ninguna de esas caras tiene garantizada una recompensa por estar. En El Bierzo les salió bien como les pudo haber salido mal. Lo mismo, y no quiero mentar ruina, en la vuelta la desilusión es doble. Por eso, el fútbol no tiene moralejas. Ni siempre gana el mejor ni tampoco el más fiel obtiene siempre las mejores recompensas. Y menos mal. Por eso, en estos días en los que hay quien en Córdoba se reencuentra con un sentimiento olvidado y quienes están enterándose a marchas forzadas de que el domingo hay un partido con fiesta previa, es bueno recordar que en este juego el auténtico riesgo siempre lo corre quien siempre apuesta a una misma casilla.Y eso no les hace mejores ni peores. Pero les hace estar donde toca. Siempre.
