El encuentro del Papa con los jóvenes ha puesto en evidencia que la fraternidad que nace de la presencia del mensaje de Jesús en la vida de las personas no deja a nadie indiferente
Mucho tiempo tendrá que pasar para que los efectos de la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa se diluyan de la vida de la Iglesia y de la sociedad. Durante unas intensas Jornadas, el encuentro del Papa con los jóvenes ha puesto en evidencia que la fraternidad que nace de la presencia del mensaje de Jesús de Nazaret en la vida de las personas no deja a nadie indiferente. El Papa Francisco, con su habitual espontaneidad que en más de una ocasión hizo que improvisara sus intervenciones, ha aprovechado este encuentro para compartir de tú a tú con los jóvenes sus sueños, para dialogar con ellos sobre el mundo, sus preocupaciones, y para presentarles un Evangelio que da esa felicidad que anhela el corazón de las personas y que hace posible el milagro diario de una alegría que tiene raíces profundas.En medio de un mundo cargado de incertidumbres, en el que la paz y la lucha contra la pobreza y las viejas y nuevas marginaciones, siguen siendo asignaturas pendientes, el Papa Francisco ha pedido a los jóvenes del mundo que “No tengan miedo”. Lo que significa también caminar en la vida sin miedo a caernos, pensando que el éxito está en Levantarse cada vez que se necesite. La vida es siempre es un nuevo comienzo. El Papa Francisco ha recordado que la vida es un camino que se transita mejor con la compañía de los que dan su vida por amor. La Iglesia, tal y como se ha podido palpar en estos días pasados en Lisboa, es compañía de vida para la humanidad. Una Iglesia, como ha insisitido el Papa Francisco, que no excluye a ninguna persona, en la que caben todos.
